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CITAS CIENTÍFICAS
Tal como está este ensayo preseno un compendio de los puntos de vista científicos, ofrezco sabiduría en porciones, y es capaz de inspirar curiosidad por este mundo maravilloso y, tal vez, puede transmitir mayor sensibilidad para el goce de las delicias de la ciencia.
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Hay 7,000 millones de personas sobre la Tierrra, y es de suponer que, en cualquier momento dado, uno o dos mil millones estamos hablando.
Además, se puede conjeturar casi que nada de lo que decimos es memorable.
Lo hablado puede contener alguna información útil; por ejemplo, "son las cinco", o puede ser muy interesante para alguien, "te amo", por ejemplo. Pero éstas son palabras efímeras.
A veces, sin embargo, alquien pronuncia una frase que puede parecer inteligente, sutil, esclarecedora, o tan cierta que va boca en boca, dando placer a cada paso.
La frase se convierte en una "cita".
Las citas no tienen necesariamente una vida larga.
Algunas sólo se adaptan a la ocasión y pierden su fuerza con el tiempo.
Las hay que nunca se escribieron y, si pasa demasiado tiempo, caen en el olvido.
Otras son demasiado largas y complejas, o demasiado pesadas como para permanecer por mucho tiempo en nuestra mente, aunque hayan sido puestas por escrito.
Una cita perdura con mayor facilidad si es corta.
Por ejemplo, en el año 338 aC, cuando Filipo de Macedonía se encontraba en la cúspide de su poderío, invadió el sur de Grecia.
Las ciudades griegas se sometieron en el acto, todas menos Esparta.
Hasta el año 371 aC, ésta había sido la mayor potencia militar de Grecia, pero, a partir de entonces, había quedado casi inerme, Filipo, molesto por la obstinación de esta ciudad indefensa, le envió el siguiente mensaje:
"Si ataco a Esparta, no dejaré piedra sobre piedra".
La respuesta llegó en seguida; contenía una sola palabra "Si..."
Admirado por el espíritu de la ciudad, Filipo se marchó sin blandir sus armas.
Hay citas que perduran de otra manera, cuando se presentan en forma poética.
Es más fácil recordar un pasaje que tiene ritmo y rima.
Pensemos en el hombre a quien muchos consideran el cientíco más grande de la historia.
De su grandeza se podrían decir largos párrafos, se podrían escribir páginas enteras, pero nada la expresaría tan plenamente como los dos versos del epitafio compuesto por Alexander Pope:
La naturaleza y sus leyes yacían ocultas en la noche:
Dios dijo: "¡Hágase Newton!", y todo se hizo luz.
William Wordsworth escribió lo siguiente, acerca de una estatua de Newton:
El índice marmóreo de un espíritu por siempre viajando por los extraños mares del pensamiento, solo.
Esta poderosa palabra final, "solo", pone el énfasis sobre la singularidad del hombre, y convierte los versos en una cita inolvidable.
Pero, ¿dijo el propio Newton algo citable?
Como es natural, no se puede esperar que la mente científica más poderosa de la historia humana se alabe a sí misma.
A mí mismo me parece haber sido como un muchacho que juega a la orilla del mar, divirtiéndose ahora y entonces buscando una piedra escondida o una pequeña cancha, mientras el gran océano de la verdad permanecía ignorado frente a mí.
No se trata de un solo verso; es demasiado largo para que el hombre común lo conserve en la memoria, pero, cuando uno lo lee, ¡qué cuadro nos presenta, y cómo invita a miriadas de mentes menores a querer poseer siquiera una gota de la verdad de este gran océano!
En cuanto a las citas científicas propiamente dichas, tienen muchas posibilidades de perdurar aquella que exprese del modo más contundente alguna gran verdad.
Sabemos, por ejemplo, que toda cosa se mueve.
Una roca puede parecer inmóvil, pero cada roca y cada montaña se mueven con la Tierra, alrededor del eje planetario, y también alrededor del Sol, y también alrededor del centro galáctico.
Dentro de la roca hay átomos que vibran incansable y eternamente y que, con lentitud, cambian de posición.
En el plano de lo visible, el océano se encrespa, el río fluye, seres vivientes envejecen, mueren y se descomponen.
Ahora bien, ¿cuál es la mejor manera de decirlo?
Heráclito, el filósofo de la Grecia antigua, lo dijo así:
"No es posible meter el pie dos veces en el mismo rio".
Medite sobre ello. Usted vadea agua nueva cada vez.
Los científicos siempre han tratado de simplificar las cosas.
Han tratado de encontrar generalizaciones muy amplias para explicar lo más posible, del modo más compacto posible.
Tratan de podar lo superficial y de llegar al fondo.
Demócrito, filósofo antiguo, constató lo siguiente:
"Sólo hay átomos y vacío".
Por átomos entendía partículas fundamentales; pero también hay campos de fuerza como la gravitación que llenan el espacio, de modo que no existe un verdadero vacío; por eso, usted puede todavía considerar que Demócrito estaba en lo cierto.
Y el laconimo del dicho evoca la imagen de un universo grávido de implicaciones filosóficas.
En última instancia, lo que dijo Demócrito es que, si pudiéramos entender al universo de manera profunda, descubririamos que es simple.
Esto puede ser falso, pero en los 2,500 años transcurridos desde Demócrito, los hallazagos científicos han apoyado firmemente la noción de simplicidad.
El Universo se ha montado a base de dos docenas de partículas fundamentales y de cuatro campos de fuerza, y los científicos están atareados en reducir todo ello aún más, a variedad de una única partícula y un campo único.
Y puede que lo consigan.
Si bien aceptamos que las conclusiones de Heráclito y Demócrito son correctas, también es posible que una gran mente esté equivocada (o parezca equivocada), pero que, no obstante, exprese su parecer de una manera tan poderosa y pintoresca que perviva como cita y que, como tal, casi conquiste la verdad.
El siglo XX ha producido las dos grandes teorías que ahora gobiernan toda la física.
Una es la teoría de la relatividad desarrollada por Einstein en 1905, brillantemente generalizada en 1916.
La otra es la teoría de los cuantos, propuesta por Planck en 1900.
Y fue nuevamente Einstein quien, en 1905, demostró la utilidad de ésta.
En los años 20 la teoría cuántica fue reducida por hombres como Erwin Schrödinger y Werner Heisenberg a una estricta formulación matemática.
Esta "mecánica cuántica" introdujo en la física el principio de incertidumbre.
Por principio, no se pueden determinar todas las propiedades de una partícula con la precisión deseada.
La magnitud de la constante de Planck confiere al Universo una "borrosidad" última que parece viciar a la casualidad.
Bajo un mismo impulso, un electrón puede ir hacia allí o hacia allá; no hay forma de predecirlo.
Einstein no quiso aceptar este aspecto de la áleatoría cuántica.
Hasta el fin de su vida sintió que la teoría cuántica era incompleta y que debía haber una teoría más profunda y más general, que restaurara la causalidad y dejara bien claro adónde va a ir un electrón, sin dar lugar a la incertidumbre.
En esto Einstein parece haberse equivocado.
Desde que se formuló la mecánica cuántica, ha salido airosa de todos los retos y a predicho, con gran precisión, la probabilidad de que suceda un acontecimiento.
Sin embargo, con respecto a la noción de que los acontecimientos se rigen ínicamente por probabilidades, Einstein dijo lo siguiente:
"Estoy convencido de que Dios no juega a los dados".
La imagen es tan poderosa que hasta quienes aceptan la teoría cuántica gustan de ella.
Toda la ciencia se basa sobre dos suposiciones.
Una es la de que el Universo puede ser explicado mediante evidencias que proporciona el propio Universo; es decir, no hace falta apelar a un agente sobrenatural.
La otra es que, tras un largo esfuerzo, la mente humana será capaz de comprender el Universo.
Se trata de dos suposiciones y nadie puede demostrar que sean verdaderas.
No obstante, guiada por ellas, la ciencia ha llevado a cabo grandes cosas, de modo que, con el paso de las décadas, los científicos han teniendo más confianza en que sean ciertas.
Y si por un lado, con su frase de que Dios no juega a los dados, Einstein nos ha hecho sentirnos incómodos ante la teoría cuántica, por el otro nos reconforta con respecto a la comprensibilidad del Universo.
He aquí otra cita suy, muy conocida:
"El Señor Dios es útil, pero no es malicioso".
En otras palabras, Dios no nos puso fácil la comprensión del Universo, pero no lo sembro de evidencias falsas o engañosas, sólo con el fin de desconcertarnos.
Así, pues, como se ve, queda clara la importancia potencial que tienen las citas en el terreno de la ciencia.
Son metáforas de una realidad que, de otra manera, acaso sería difícil de ver.
Son atajos hacia una sabiduría profunda.
Inspiran por igual a los cintíficos y a los estudiantes.
Amplían la visión del mundo y contribuyen a suscitar cuestiones nuevas.
-¿Expresa la cita una verdad perdurable; o se vuelve obsoleta con el tiempo y con el cambio?
-Si expresa una verdad, ¿de qué verdad básica se trata y qué utilidad tiene para la ciencia tomada como un todo?
Nos podemos llevar una sorpresa al comprobar a qué vericuentos mentales nos puede llevar una cita, y con qué fruición.
Por otra parte, también hay que ser cautelosos con las citas. Son tramposas.
En ocasiones, son apócrifas.
A veces no han llegado hasta nosotros directamente, a través de los escritos de las persona a quien se atribuye la autoría.
Pueden proceder de los escritos de alquien que vivió decenios o hasta siglos más tarde.
Pueden estar deformadas por la mala memoria, o pueden pertenecer a la clase de citas que cierta persona no dijo, pero que alguien pensó que debería haber dicho.
Por ejemplo, se dice que Galileo, tras haber aceptado la sentencia de la inquisición de que no siguiese enseñando ni creyendo que la Tierra gira alrededor del Sol o se mueve, de alguna manera golpeó el suelo con el pie y murmuró para sí:
"Eppur si muove" (y, no obstante, se mueve).
Es improbale que Galileo dijese esto realmente, pero la frase corresponde a su carácter y es, además, un elocuente comentario sobre la utilidad de las imposiciones políticas acerca de lo que debermos creer.
En otras palabras, si Galileo no lo dijo, lo debería haber dicho.
Por otra parte, una cita puede estar originalmente en un idioma extranjero; primero ha habido que traducirla, antes de incluirla en este artículo (y la traducción puede ser inexacta o distorsionada).
Se peca por comisión, como en tales casos, pero también se peca por omisión, y los pecados debidos a ésta pueden ser igualmente malos, aunque no sean tan evidentes.
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