miércoles, 29 de julio de 2015

Citas comentadas (Leonardo da Vinci)


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            CITAS COMENTADAS DE                                 LEONARDO DA VINCI
     


-Emilio, en la siguiente cita de Leonardo da Vinci, el más grande genio que ha existido, nos dice:

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Así como el hierro se oxida por falta de uso, así también la inactividad destruye el intelecto.
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-¿Por qué crees tú que él nos dice que la inactividad destruye el intelecto?

-Yo creo que esta cita se puede aplicar a la lectura. Se dice que en nuestro país se lee medio libro anual por cada mexicano. Estamos en el lugar 58 en educación en el mundo entero.

-Pero con respecto a la lectura, ¿qué crees tú que puede aclararnos la cita de Leonardo Da Vinci?

-Cuando uno lee, tiene ocasión de reflexionar sobre lo que lee. El cerebro es como un músculo, que se atrofia si no se usa.

-¿Qué ventaja ves tú en leer un libro?

-En los libros, tú entras en comunión con ellos, un libro te puede decir, lo que ningún orador se atrevería a decirte, porque quizá, te ofendería, pero un libro te lo dice, y lo aceptas, porque no quedas al descubierto más que contigo mismo, no quedas en evidencia más que contigo mismo, y entonces no sufres el ridículo, y la vergüenza de verte rebajado ante alguien. Un libro te va a hacer reflexionar muchísimo, y en ese momento tu reprogramas tú subconsciente.

-Aquí tengo otra cita de Leonardo Da Vinci:

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El que para argumentar apela a una autoridad, no se está valiendo de la inteligencia, sino de la memoria.
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-¿Qué me puedes decir de está cita de Leonardo da Vinci?

-Mucha gente no puede discutir un tema, sin ampararse en algún autor, no utiliza su propio intelecto. A Leonardo le parecía que al valerse del pensamiento ajeno se está usando la inteligencia ajena, lo cual no es ético.
-Cuando los religiosos quieren mostrar alguna idea, siempre leen pasajes de la Biblia, no me dicen lo que ellos han reflexionado, aceptan, sin reflexionar por sí mismos, lo que está escrito en la Biblia.

-¿No me podrías dar otro ejemplo?

-En una ocasión el papa Alejandro (Borjia), quien disfrutaba tanto de la buena conversación, de la caza, la comida o las mujeres hermosas, tras un banquete, uno de los actores había representado una escena en la que un noble se preguntaba apenado cómo un Dios bondadoso podía hacer recaer tantas desgracias sobre los hombres de buena voluntad, ¿cómo podía permitir que hubiera inundaciones, incendios y epidemias. ¿cómo podía permitir que sufrieran niños inocentes? ¿cómo podía permitir que el hombre, creado a su imagen y semejanza, infligiera tanto dolor a su prójimo?

-El papa aceptó el desafío. En vez de citar las Escrituras, contestó al actor como lo hubiera hecho un filosofo.

"¿Qué ocurriría si Dios les concediera a los hombres un paraíso en la tierra obtenido sin dolor ni sacrificio? -comenzó diciendo-. Sin duda el paraíso celestial dejaría de ser anhelado por los hombres. Además, ¿cómo podría juzgarse entonces la sinceridad y la buena fe de los hombres? Sin purgatorio no puede existir un paraíso, pues de ser así, ¿qué insondable mal no sería capaz de concebir el hombre? Inventaríamos tantas maneras de atacarnos que finalmente acabaríamos por destruir el mundo. Lo que se obtiene sin sacrificio no puede tener valor. Si no existiera una recompensa para nuestro comportamiento, los hombres se convertirían en estafadores que afrontarían el juego de la vida con naipes marcados y dados trucados. No seríamos mejores que las bestias. Sin esos obstáculos a los que llamamos desgracias, ¿qué recompensa podríamos encontrar en el paraíso? No, esas desgracias son precisamente la prueba de la existencia de Dios, la prueba de su existencia y de su amor por los hombres. No podemos culpar a Dios del daño que los hombres se infigen entre sí, pues, en su infinita sabiduría Él ha dispuesto que gocemos de libre voluntad. Sólo podemos culparnos a nosotros mismos. Sólo podemos admitir nuestros pecados y redimirlos en el purgatorio".

-Aunque no estoy de acuerdo con el papa Alejandro, no dejo de darme cuenta que él, de acuerdo a esta narración, en esa ocasión, no se amparó en la Biblia, sino en su propio pensamiento.

-Y de esta otra cita de Leonardo da Vinci: ¿qué podrías decir?

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Los que se enamoran de la práctica sin la teoría son como los pilotos sin timón ni brújula, que nunca podrán saber a dónde van.
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-Muchos técnicos, albañiles, etc. inicialmente aceptan con renuencia a los recién egresados de la Universidad, ingenieros y arquitectos, y ello se debe a que ya tienen años de práctica, saben mucho, pero, con el tiempo, el profesionista, que estudió varios años, sobrepasa la experiencia de los técnicos.

-¿Qué me puedes decir de está cita?

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El verdadero discípulo es el que supera al maestro.
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-Yo creo que esta cita es más bien un deseo que una realidad. ¿Crees tú que alguno de los discípulos de Leonardo lo pudo superar? Creo, Marcela, que ninguno de los discipulos pudo superar a Leonardo da Vinci, o a Juan Sebastían Bach, o a Albert Einstein, y ellos tuvieron muchos discipulos.
-Por otro lado, cuando yo preparo una clase, le dedico mucho tiempo, cosa que mis alummnos no pueden, pues tienen que atender otras materias. Seguramente, con el tiempo, y si ellos tienen inclinación por la materia que imparto me superen.

-Por último, aquí tengo otra cita de Leonardo da Vinci sobre un tema muy recurrente. Lo digo porque se que tú eres, como lo fue Leonardo Da Vinci, vegetariano:

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Llegará el día cuando los hombres como yo verán el asesinato de animales como ellos ven ahora el asesinato de hombres.
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-¿Matarías a tu perrito o tu gatito para comertelo? ¿O, matarías a un animal con el que no estuvieras emocionalmente ligado? ¿O podría degollar una vaca o pollo o cerdo con tus propias manos? En lugar de pagar a un carnicero para que haga el trabajo sucio con el fin de mantener la suficiente cómoda distancia de la molestia emocional. Finalmente, por lo menos, ¿te aseguras de que el animal no muere en vano y ¿te tomaste un momento para agradecer su sacrificio?

-Bueno, saliéndonos de la cita, ¿por qué eres vegetariano?

-Soy vegetariano debido a que amo a los animales.
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Chiitas vs Sunitas


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CHIITAS VS SUNITAS



Los pleitos entre Chiitas y Sunitas hoy son una realidad con múltiples facetas. Pero en sus orígenes tuvieron una expresión económica, étnica y lingüística muy concreta.

Cuando se establece el Califato en Kufa, por Alí, se está reconociendo una diferencia fundamental entre ambos grupos:

Kufa, la antigua Babilonia, se encuentra en el centro de una región agrícola (de hecho, ahí o muy cerca, se inventó por primera vez la agricultura). 

El resto de las tierras árabes seguía siendo de pastores nómadas o seminómadas. Y esto lleva a múltiples diferencias.
Para los pastores la libertad de tránsito es indispensable; cuantos más miembros tenga una familia, más manos tendrá para trabajar (niñas y niños de menos de 10 años ya pueden cuidar a las ovejas o cabras). Por eso Mahoma (El Profeta) estableció que sí era legítima la poligamia: cada esposa y sus hijos, son mano de obra barata. Y a nadie le interesa el título de propiedad de un pedazo de desierto.

Para el agricultor la propiedad exclusiva de la tierra es asunto de vida o muerte: no es negociable. El agricultor sí genera excedentes para sostener a una clase de sacerdotes y de mercaderes: existe una aristocracia. 

El agricultor depende de múltiples factores para la producción anual de grano, así que vive con un grado elevado de incertidumbre respeto a la cosecha de este año. Pero sólo tiene sus manos (ayudadas por algunos animales de trabajo) para producir: es un trabajo de gran intensidad física, en el que no pueden participar niños y mujeres –al menos no con la intensidad que si pueden ser pastores; por tanto, no necesita muchas esposas fabricando hijos. Porque además, los hijos varones adultos requerirá de tierras para trabajar. Así que: la familia pequeña vive mejor.

Los dos modos de producción, la agricultura y el pastoreo, son mutuamente incompatibles. Y esto lo han demostrado: los tutsis y hutus de Ruanda y Burundi, los ibos y yorubas de Nigeria y Biafra, los indios y blancos de Estados Unidos, los cosacos y los rusos en Ucrania y muchos otros pueblos.

Así que ya hay una primera diferencia entre los sunitas de la Península Árabe y los chiitas de Mesopotamia y Persia. Al menos en el pasado.

Pero, ya que mencioné a Persia, es posible tratar la segunda diferencia entre ambos grupos: la etnología (por no decir: la raza).

Los habitantes de Mesopotamia y la llanura Persa son de orígenes indo-arios, al igual que los afganos (recuerdas la fotografía de la niña afgana de ojos verdes, portada de National Geographic). Y como tales, hablan lenguajes de origen indoiranio, como el persa y el farsí, ambos hablados por la minoría chiita en Irak. 
Los sunitas son de origen árabe, lo que significa que son de origen semítico. Y hablan árabe.

Así se establece la tercera diferencia original: el idioma.

A partir de estas diferencias llegamos al actual ministro del exterior iraquí declarando respecto a los chiitas: “…oj-Allah la sangre se congele en sus venas y sus hijas sean vendidas como esclavas…”.

Esa es la expresión pública de un alto funcionario del actual gobierno y ya no es necesario añadir más con respecto al odio entre chiitas y sunitas.
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Alfonso Carrillo Molina
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domingo, 26 de julio de 2015

Citas comentadas (Winston Churchill)



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CITAS COMENTADAS DE 
WINSTON CHURHILL  



-Emilio, quiero que me digas lo que piensas de la siguiente cita de Winston Churchill:

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Escribir un libro es una aventura. Para empezar, es un juguete y una diversión; luego se convierte en una amante, y después se convierte en un amo, y finalmente en un tirano. La última fase es que justamente cuando uno esta a punto de reconciliarse con sus servilidad, uno mata al monstruo, y lo desvía hacia el público.
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-Sin tener en mente el publicar un libro, empecé a escribirlo en mis tiempos libres, y después de largo tiempo, salió. Algunas personas me preguntaron que cuanto tiempo me había tomado escribirlo y les contesté que 30 años. A lo largo del tiempo fui escribiéndolo y dándole forma hasta que logró salir.
-Como dice una cita: "uno no ha cumplido con la vida si no ha plantado un árbol, tenido un hijo y escrito, al menos un libro.

-¿Quién dijo eso, Emilio?

-Creo que mi papá.

-Ahí te va otra cita de Churchill:

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Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema.
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-Te voy a contestar con otra cita: "El que no quiere razonar es una fanático; el que no sabe razonar es un necio; el que no se atreve a razonar es un esclavo" (William Drummond).

-Finalmente, te expongo una tercera cita de Churchill:

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La crítica puede no ser agradable pero es necesaria. Llena la misma función que el dolor en el cuerpo humano. Llama la atención en algo en estado lastimoso.
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-Por lo general, mis amigos, a los cuales les muestro algún artículo, lo leen y me dicen que está bien, lo cual no me ayuda a mejorar. ¡Ah!, pero, afortunadamente, en casa tengo a mi más alacrido crítico: mi esposa. La oigo, y, muchas veces, sus cometarios me obligan a que rectifique o amplie el artículo.
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La Buena Vida


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                              LA VIDA BUENA



                                                     Bertrand Russell

Ha habido en épocas diferentes y entre gentes diferentes muchos conceptos diversos de la vida buena.

  Hasta cierto punto, estas diferencias son discutibles; así ocurrió cuando los hombres diferían en cuanto a los medios de lograr un fin dado. 

Algunos opinan que la prisión es un buen medio de evitar el crimen; otros opinan que la educación sería mejor. 

Una diferencia de esta clase puede ser decidida mediante una prueba suficiente. 

Pero algunas diferencias no pueden ser probadas de este modo. Tolstói condenaba toda clase de guerra; otros han sostenido que la vida del soldado que combate por el bien es muy noble. 

En dicho caso probablemente se trataba de una diferencia real en cuanto a los fines. 

Los que alaban al soldado generalmente piensan que el castigo de los pecadores es en sí una cosa buena. 

  Tolstói no pensaba así. 

Acerca de tal asunto, no hay discusión posible. Por lo tanto, no puedo probar que mi concepto de vida buena sea acertado; sólo puedo exponer mis puntos de vista, esperando que los acepte la mayor cantidad de gente posible. 

Mi criterio es el siguiente: 
La vida buena está inspirada por el amor y guiada por el conocimiento.  

El conocimiento y el amor son extensibles  indefinidamente; por lo tanto, por buena que sea una vida, se puede imaginar una vida mejor. 

Ni el conocimiento sin amor, ni el amor sin conocimiento, pueden producir una buena vida. 

En la Edad Media, cuando había peste en algún país, los santos aconsejaban a la población que se congregase en las iglesias  rezase a Dios pidiendo que los librase de la peste; el resultado era que la infección se extendía con extraordinaria rapidez entre las masas de los suplicantes.

  Este es un ejemplo del amor sin el conocimiento. 

La última guerra nos dio un ejemplo del conocimiento sin amor. En cada caso, el resultado fue la muerte en gran escala.

Aunque el amor y el conocimiento son necesarios, el amor es, en cierto sentido, más importante, ya que impulsará a los inteligentes a buscar el conocimiento, con el fin de beneficiar a los que aman. 

Pero si la gente no es inteligente, se contentará con creer lo que le han dicho, y puede hacer daño a pesar de la benevolencia más genuina. 

La medicina nos proporciona, quizás, el mejor ejempló de lo que quiero decir. 

Un médico capaz es más útil a un paciente que el amigo más devoto, y el progreso en el conocimiento de la medicina contribuye más a la salud de la comunidad que la filantropía mal informada. 
Sin embargo, incluso en este caso, es esencial un elemento de benevolencia para que no sean solamente los ricos los que se beneficien con los descubrimientos científicos.

El amor es una palabra que comprende una gran variedad de sentimientos; la he usado, adrede, ya que quiero incluirlos a todos. 

El amor como emoción, que es de lo que hablo, pues el amor "como principio" no me parece genuino, se mueve entre dos polos; en un lado, el puro deleite de la contemplación; en el otro, la benevolencia pura. 

Cuando se trata de objetos inanimados sólo interviene el deleite; no podemos sentir benevolencia hacia un paisaje o una sonata. Este tipo de goce es presumiblemente la fuente del arte. 

Es más fuerte, en general, en los niños que en los adultos, que suelen mirar los objetos con espíritu utilitario. desempeña una gran parte en nuestros sentimiento hacia los hombres, algunos de los cuales tienen encanto y otros lo contrario, cuando se los considera como objetos de la contemplación estética.

El polo opuesto del amor es benevolencia pura. Hay hombres que han sacrificado su vida ayudando a los leprosos; en tal caso, el amor que sentían no podía haber tenido ningún elemento de deleite estético. 

El cariño paternal, en general, va acompañado por el placer que produce la apariencia del hijo, pero sigue siendo fuerte cuando falta totalmente este elemento. 

Parecería extraño llamar "benevolencia" al interés de una madre por un hijo enfermo, porque estamos acostumbrados a usar esta palabra para describir una débil emoción en un 90% falsa. 

Pero es difícil hallar otra palabra para describir el deseo por el bienestar de otra persona. es cierto que un deseo de esta clase puede alcanzar cualquier grado de intensidad en el caso del sentimiento paternal. 

En otros casos es mucho menos intenso; en realidad, parecería probable que toda emoción altruista es una especie de sentimiento paternal, o a veces una sublimación de él. 

A falta de una palabra mejor, llamaré benevolencia a esta emoción. Pero quiero poner en claro que estoy hablando de una emoción, no de un principio, y que no incluyo en ella ninguna sensación de superioridad como las que a veces se asocian con la palabra. 

La palabra "simpatía" expresa parte de lo que quiero decir, pero deja fuera un elemento de actividad que deseo incluir. 

El amor en su plenitud es una combinación indisoluble de dos elementos, deleite y benevolencia. 

El placer de un padre ante un hijo hermoso y triunfador combina estos dos elementos; lo mismo ocurre con el amor sexual en su forma mejor. Pero en el amor sexual la benevolencia existirá solamente donde hay una posesión segura, pues de lo contrario los celos la destruirán, aunque quizás aumenten el placer de la contemplación. 

El deleite sin benevolencia puede ser cruel; la benevolencia sin deleite tiende fácilmente a la superioridad y la frialdad. 

La persona que desea ser amada desea ser objeto de un amor que contenga ambos elementos, excepto en los casos de extrema debilidad, como en la infancia y en la enfermedad grave. 

En tales casos sólo puede desearse la benevolencia. Inversamente, en casos de fuerza extrema, la admiración es más deseable que la benevolencia: este es el estado de espíritu de los potentados y bellezas famosas. 

Sólo deseamos los buenos deseos de los demás en la proporción en que tengamos necesidad de que nos ayuden, o estemos amenazados de que nos dañen. 

Al menos, ésta parece ser la lógica biológica de la situación, pero en la vida no ocurre así. Deseamos el cariño con el fin de escapar a la sensación de soledad, con el fin de ser, como se dice, "comprendidos". 

Es un asunto de simpatía, no meramente de benevolencia; la persona cuyo afecto nos es satisfactorio no sólo debe desearnos el bien, sino que debe saber en que consiste nuestra felicidad. 

Pero esto pertenece al otro elemento de la vida buena, a saber, el conocimiento.

En un mundo perfecto, todo ser consciente sería para los demás el objeto del amor pleno, compuesto de deleite, benevolencia y comprensión íntimamente mezclados. 

Esto no significa que, en el mundo real, debamos tratar de tener tales sentimientos hacia todos los seres conscientes que encontremos. Hay muchos que no pueden producirnos deleite, porque son desagradables; si fuéramos a violentarnos tratando de ver bellezas en ellos, no haríamos más que embotar nuestras susceptibilidades con respecto a lo que hallamos naturalmente hermoso. Sin mencionar a los seres humanos, hay pulgas, chinches y piojos. 

Tendríamos que estar tan apremiados como el Ancient Mariner  antes de hallar deleite en la contemplación de esas criaturas. 

Es cierto que algunos santos las han llamado "perlas de Dios", pero lo que a esos hombres les deleitaba era la oportunidad de lucir su santidad. 
La benevolencia suele extenderse con mayor facilidad, pero incluso la benevolencia tiene sus límites. 

Si un hombre desea casarse con una dama, no pensaríamos muy bien de él si se retirara al hallar que había otro que quería casarse con ella; miraríamos esto como un campo de competencia justa. Sin embargo, sus sentimientos hacia el rival no pueden ser benévolos. 

Yo creo que, en todas las descripciones de la vida buena en la tierra, tenemos que suponer una cierta base de vitalidad animal y de instinto animal; sin esto, la vida se hace mansa y carente de interés. La civilización debe contribuir a esto, no ser un sustitutivo de ello; el santo ascético y el sabio apartado no son seres humanos a este respecto. Un pequeño número de ellos puede enriquecer una comunidad; pero un mundo compuesto de ellos se moriría de aburrimiento.

Estas consideraciones conducen a un cierto énfasis sobre el elemento del deleite como ingrediente del mejor amor. El deleite, en el mundo real, es inevitablemente selectivo, y nos evita el tener los mismos sentimientos hacia toda la humanidad. 

Cuando surgen conflictos entre el deleite y la benevolencia tienen, en general, que ser decididos mediante la transigencia, no mediante la entrega completa de cualquiera de ellos. 

El instinto tiene sus derechos, y sí lo violentamos toma venganza de mil maneras sutiles. Por lo tanto al tender a la vida buena, hay que tener en cuenta los limites de la posibilidad humana. Y otra vez aquí volvemos a la necesidad del conocimiento.

Cuando hablo de conocimiento como de uno de los ingredientes de la vida buena no pienso en el conocimiento ético, sino en el conocimiento científico y el conocimiento de los hechos particulares. 

No creo que exista, hablando en puridad, el conocimiento ético. Si deseamos lograr algún fin, el conocimiento puede mostrarnos los medios, y este conocimiento puede pasar como ético.. 

Pero no creo que se pueda decidir la conducta buena o mala como no sea por referencia a sus consecuencias probables. 

Si nos proponemos un fin, la ciencia es la que tiene que descubrir los medios para lograrlo. Todas las reglas morales tienen que ser probadas examinando si realizan los fines deseados. Digo los fines que deseamos, no los fines que debemos desear. Lo que "debemos" desear es simplemente lo que otra persona desea que deseemos. Generalmente es lo que las autoridades desean que deseemos: padres, maestros, policías y jueces. Si alguien me dice "debe hacer esto y lo otro", la fuerza motriz de la advertencia reside en mi deseo de obtener su aprobación, junto, posiblemente, con premios o castigos unidos a su aprobación o reprobación. 

Como toda conducta nace del deseo, es evidente que los conceptos éticos no pueden tener importancia como no influyan en el deseo. Lo hacen mediante el deseo de aprobación y el temor de reproche. Son fuerzas sociales poderosas, y naturalmente tratamos de ponerlas de nuestra parte si queremos realizar cualquier fin social. 

Cuando digo que la moralidad de la conducta debe juzagarse por sus probables consecuencias, quiero decir que deseo que se apruebe la conducta que vaya a realizar los fines sociales que deseamos, y que se repruebe la conducta opuesta. 

En la actualidad, esto no se hace; hay ciertas reglas tradicionales según las cuales la aprobación y la reprobación se aplican sin tener en cuenta para nada las consecuencias. 

La superfluidad de la ética teórica es obvia en los casos sencillos.

  Supongamos, por ejemplo, que se tiene un hijo enfermo. El amor le hace a uno desear que se cure, y la ciencia le dice a uno cómo tiene que hacerlo.

  No hay una fase intermedia de la teoría ética donde se demuestre que al hijo de uno le conviene que le curen. El acto nace directamente del deseo de un fin, junto con el conocimiento de los medios. 

Esto ocurre con todos los actos, ya sean buenos o malos. Los fines difieren, y el conocimiento es más adecuado en unos casos que en otros.

  Pero no hay medio concebible de hacer que la gente haga cosas que no desea. Lo que es posible es alterar sus deseos mediante un sistema de premios y castigos, entre los cuales la aprobación y la reprobación social no son los menos potentes. La cuestión para el legislador moralista es, por lo tanto: ¿Cómo voy a disponer este sistema de premios y castigos para que se logre el máximo de lo que desea la autoridad legislativa? 

Si digo que la autoridad legislativa tiene malos deseos, sólo quiero decir que estos deseos chocan con los de alguna sección de la comunidad a que pertenece. 

Fuera de los deseos humanos no hay principio moral.

Así, lo que distingue la ética de la ciencia no es una clase especial de conocimiento, sino sencillamente el deseo. El conocimiento que requiere la ética es exactamente igual que el conocimiento en otras partes; lo  peculiar es que se deseen ciertos fines, y que la buena conducta es lo que conduce a ellos. 

Claro que si la buena conducta va a ser popular, los fines tienen que ser los deseados por grandes secciones de la humanidad. 

Si defino como buena conducta lo que aumenta mi renta, los lectores no estarán de acuerdo. La eficacia de cualquier argumento ético reside en su parte científica; por ejemplo, en la prueba de que una clase de conducta, más que otra, es el medio para un fin ampliamente deseado. Sin embargo, yo hago la distinción entre argumento ético y educación ética. La última consiste en fortalecer ciertos deseos y debilitar otros. Este es un proceso completamente diferente. 

Ahora podemos explicar con más exactitud el significado de la definición de la vida buena con que se comenzaron estas reflesxiones. 

Cuando dije que la vida buena consiste en el amor guiado por el conocimiento, el deseo que me impulsó  era vivir esa vida todo lo plenamente posible y procurar que los demás la vivieran; y el contenido lógico  de la declaración es que, en una 
comunidad donde los hombres viven así, se satisfarán más los deseos que en una comunidad  donde haya menos amor o menos conocimiento. No quiero decir que dicha vida sea "virtuosa" o que la contraria sea "pecaminosa", pues estos son conceptos que para mí no tienen justificación científica.
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jueves, 23 de julio de 2015

Reflexiones (Vejez)


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REFLEXIONES SOBRE EL ENVEJECIMIENTO

Un ejemplo muy curioso y que a todo el mundo le interesa, es el del cambio físico que sufre cada ser humano a medida que va envejeciendo.

No me refiero a detalles más imperceptibles y sutiles, como por ejemplo la reducción de la estatura,. 



Se supone que los seres humanos comienzan a encogerse a partir de los 40 años y, curiosamente, otras partes del cuerpo realmente crecen después de esa edad.


Me refiero a la nariz y las orejas, ya que las cartilagos continúan creciendo a través de toda la vida.

Otra transformación curiosa,es la que se realiza en el peso. 

Se estima que las personas aumentaen de peso, hasta los 55 años.

Después empiezan poco a poco a perderlo. 

Entre los 30 años y comienzo de los 50, la persona aumenta un promedio de 4.5 kiloogramos. 

A partir de entonces, y hasta los 80, se supone que el hombre pierde un promedio de 8 kilogramos.

Respecto a la estatura, los estudios realizados por antropólogos han demostrado que el ser humano pierde centímetro y medio cada díez años.

Esta cifra se hace más notable entre los 60 y 70 años de edad.

Estos ejemplos muestran como el cuerpo de cada persona va sufriendo una constante y necesaria transformación, y por supuesto la atención que cada quien da a su organismo apresurará o retardará a este curioso proceso, pero no lo detendrá.
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miércoles, 22 de julio de 2015

Reflexión (Crímen)


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REFLEXIÓN SOBRE EL CRÍMEN

A través de los siglos ha imperado el concepto erróneo de que es preciso premiar al bueno y castigar al malo. 
En verdad, la virtud es su propia recompensa.

El castigo reprime en parte pero o elimina del todo el mal porque trata los  efectos sin llegar a las causas de la delincuencia.

La teoría general del premio y del castigo se basa en que el hombre busca lo ameno y rehuye lo desagradable.

La religión promete eterna felicidad al bueno y amenaza con eterno sufrimiento al malo.

Concordante con esta doctrina, los métodos pedagógicos descansan en la creencia descabellada de que el miedo al castigo nos obliga a comportarnos bien.

El mismo principio de castigo en la penología como medio de prevenir el delito  ha sido un desastroso fracaso.

La mayoría de los delitos quedan impunes y los reos que la ley castiga, en vez de enmendarse, salen más endurecidos aún en el escarnio de la ley, la moral y la decencia.



La voz de la conciencia, el amor propio, la dignidad humana, el temor al qué dirán, que a muchos obliga a comportarse decentemente, afectan muy poco a individuos nacidos y criados en un ambiente adverso o desfavorable.

Algunos crecen resentidos del maltrato que les ha dispensado la vida y en consecuencia se empeñan en vengarse haciendo daño a la sociedad.

Si el reo se ha endurecido en el crímen y no se tiene esperanzas de regenerarlo, cual paciente desahuciado por los médicos, deberá quedar permanentemente recluído, como orate enclaustrado, para que no haga más daño a la sociedad. Mas, no obstante deberá buscarse para él en su reclusión alguna actividad u ocupación que le sea fin y agradable, y que le ayuda a ser útil a sí mismo y a los demás.

La criminalidad se debe a la miseria, la falta de instrucción, el afán de notoriedad, la desmedida ambición, la codicia.

Las sanciones de nuestro anticuado sistema penal no recaen sobre hábiles profesionales del delito, los delincuentes ricos o los infieles funcionarios públicos, sino sobre los torpes, los imprudentes, los inexpertos en el arte de desvalijar al prójimo, que muchas veces son simples chivos expiatorios de poderosos o influyentes cabecillas del crímen.

Después de languidecer largo tiempo en presidio, con viviendo con criminales más aviesos y duchos que él, el reo sale a la libertad más diestro que antes en la delicuencia. Así las cárceles son escuelas del crímen que si no expiden diplomas, por lo menos preparan a los reclusos a provar  fortuna nuevamente, después de recibir cátedra de maestros profesionales en las que se les señala los errores que cometieron y que dieron ocasión a que la policía les echara el guante.

Para el reo que cumple su condena sigue una desigual lucha porque nadie quiere dar ocupación a un hombre si sabe que ha estado en la cárcel. Viendo que todas las puertas le han sido cerradas, no tiene otro recurso que volver a las andadas y reincidir en el delito.

La resolución definitiva del problema consiste en ir a la raíz del mal: la injusticia social, la miseria de los  barrios pobres, la desigualdad económica, la falta de enseñanza moral en las escuelas, la despreocupación de los padres en la educación de sus hijos, la venalidad de policias, jueces y fucionarios,etc.


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