lunes, 6 de junio de 2011

Prejuicio Racial

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Shintaro Ishihara

Un hombre de negocios japonés me contó un incidente que le sucedió junto con su esposa en Estados Unidos.
Una noche fueron a un restaurante que estaba prácticamente vacio.
Un mesero dijo groseramente: "No hay lugar", y los hizo salir.
El ejecutivo admira a ese país y lo conoce bien.
A diferencia de mí, es discreto y no se queja por los prejuicios raciales de ahí.
A pesar de esa experiencia, habla muy bien de la sociedad norteamericana.
Agrega, sin embargo, que sería un país aún más grande si no fuera por la hostilidad hacia los que no son blancos.
Quizá porque saqué a colación la raza y he sido consistentemente franco acerca de otros temas que necesitaban ventilarse, un congresista norteamericano dijo una vez: "Usted es muy directo y provocador para ser japonés. ¿Qué es lo que lo hace ser así?"
Repliqué bromeando: "Cuando era adolescente me golpeó un soldado norteamericano sin ninguna razón".
Le conté toda la historia. Sucedió en 1946 cuando yo era alumno del Segundo año de la escuela secuandaria. Vivía en Zushi, entonces un tranquilo lugar de veraneo de alrededor de 15,000 personas, a una hora al sur de Tokío por tren.
Muchos soldados norteamericanos estaban estacionados en el área, porque cerca de allí había depósitos de municiones de la ex Armada Imperial.
Un día, a fines de agosto, iba caminando por la principal calle comercial hacia mi casa, de regreso de la escuela. Tres jóvenes soldados rasos, comiendo helados, se acercaban desde la dirección opuesta.
La Guerra solo había terminado hacía un año y los japoneses de Zushi todavía se hacian a un lado, timidamente, dejando el paso a los norteamericanos.
Los nuevos gobernantes tenían la calle para ellos solos y ese trio fanfaron parecía enorgullecerse por la deferencia.
No me gusto su actitud, así que seguí caminando derecho, fingiendo no verlos.
En el momento en que estaba por cruzarlos, un soldado me golpeó en la cara con su helado.
Supongo que a él tampoco le gusto mi actitud.
Lo ignore y seguí caminando.
Otros japoneses me estaban observando, temerosos de un incidente.
Recuedo que me sentí orgulloso.
El congresista se veía incómodo.
Sentí que lo estaba tomando demasiado en serio, así que dije: "Es una historia real pero la cuento como una explicación humorística de mi franqueza. No le dé demasiada trascendencia. Eso fue hace mucho tiempo. NO me volvió antinorteamericano. Más tarde estuve loco por la música pop norteamericana".
-Pero jamás lo olvidará.
-Supongo que no -repliqué.
Esa noche un poco después, se me acercó.
-A propósito de su historia, esos soldados, ¿eran negros?
Divertido por la pregunta, dije:
-No, dos eran rubios y uno era pelirrojo. Hasta tenía pecas en la cara.
El congresista, por su amistosa preocupación por lo que el incidente pudo haber significado para mí, sin advertirlo había relevado su propio prejuicio.
No cuento este diálogo para hacer burla del prejuicio racial que existe entre los norteamericanos blancos.
Hay una cierta justificación histórica para las actitudes caucásicas hacia otras razas.
Los europeos crearon la mayor parte de la era moderna y se sienten superiores a los africanos y orientales, quienes fueron incapaces de modernizarse rápidamente y se convirtieron en colonias.
Aunque los japoneses fueron el único pueblo no blanco que evitó la dominación occidental, no es sorprendente que los europeos y los norteamericanso nos miren desdeñosamente, también.
Pero cuando entramos a una nueva era en la que Japón y Estados Unidos seran los actores principales, esa actitud hace peligrar la confianza y la cooperación.
Lo que señalo es que los norteamericanos deben enfrentar y vencer su prejuicio hacia Japón.
Por debajo del prejuicio racial caucásico está su intensa conciencia de clase, una predisposicion contra personas de la misma raza o grupo étnico pero de diferentes estratos sociales.
La nobleza europea despreciaba a los plebeyos y a las clases socials bajas solo porque no eran de su nivel privilegiado, mientras que las masas odiaba a la nobleza y al mismo tiempo aspiraban a tener su prestigio y posición social.
Finalmente, una ficción democrática de que todos son creados iguales disimuló la obvia hostilidad entre las clases superior, media e inferior.
La nobleza se enorgullecía de llevar una vida desahogada.
Los caballeros no se dedicaban al comercio, mucho menos a trabajar con sus manos.
Indiferente al hecho de que también se beneficiaba de la labor de las masas, la aristocracia miraba con desprecio a las otras clases aimplemente porque trabajaban.
Esta conciencia de clase ha persistido en la era moderna.
Las sociedades occidentals tienen todavía extraordinarias disparidades entre los estratos y hay una discriminación generalizada contra la clase trabajadora.
En Estados Unidos, por ejemplo, los acelerados miembros de la élite corporativa ni siquiera van a mecanografíar una carta o hacer labores secretariales por sí mismos.
Ir a la fábrica y ensuciarse y sudar aprendiendo como se hacen los productos es algo que está por debajo de ellos.
Los antecedents de clase determinan en gran parte la calidad de la educación que recibe un norteamericano.
Sus directivos superiores, sumamente preparados, no le piden al personal obrero sugerencias sobre cómo mejorar las operaciones de la fábrica.
Aunque lo hicieran, es probable que los trabajadores no tendrían que decir.
La situación es muy diferente en Japón, como ilustra el ejemplo de la joven empleada de NEC que usó su conocimiento y su entrenamiento para descubrir la causa de los defectos de los semiconductores.
En cualquier caso, pocos
países tienen una estructura de clases tan igualitaria como Japón.
Lech Walesa, ex dirigente de Solidaridad, visitó Japón y recorrió varias fábricas. Después de ver la fácil interacción entre operarios, supervisores y ejecutivos, comentó que Japón era el país socialista ideal. Fue una observación sincera y exacta, así lo creo.
En Japón, no hay discriminación abierta sobre la base de la posición, la clase (todos conoce la palabra, pero la generación de posguerra no siente lo que significa realmente) o el ingreso. En Europa y en Estados Unidos, tal discriminación se da por supuesta, Las personas que yo conozco en Occidente son todas miembros de alguna élite -politico, negocios, periodismo- y cuando planteo este tema, no lo toman en serio.
Las distinciones de clase reflejan la influencia de la Iglesia Católica sobre la civilización occidenta. El pensamiento católico celebraba el espíritu o intelecto y denigraba al cuerpo. En consecuencia, el Clero y la nobelza desdeañaban el trabajo, especialmente sus formas físicas o manuales, que simbolizaba la carne. Aunque esta élite no podría haber sobrevivido sin el trabajo de la gente común y por cierto tenía su parte correspondiente de deseos carnales, una división artificial de la sociedad en clases justificaba su superioridad.
Lee Iacocca, presidente de la Corporación Chryler y uno de los animadores de los que vapulean a Japón, con sus discursos y comerciales de televisión, tipifica a esa clase irresponsible de ejecutivos norteamericanos que se han vuelto fabulosamente ricos sobre las espaldas de los trabajadores norteamericanos. En lugar de ser castigado por sus extorsionadores métodos de precios y enormes bonificaciones, es una especie de héroe popular y hasta fue mencionado como candidato presidencial. La popularidad de Iacocca no es tanto increible cuanto absurda. Estoy de acuerdo con los mordacer comentarios de Akio Morita sobre los enormemente pagados ejecutivos norteamericanos.
Con frecuencia se dice que los consumidores japoneses son ingenuos, y eso es absolutamente cierto de los trabajadores norteamericanos.
En el pasado, en Japón, ciertos grupos también sufrieron discriminación por rezones históricas o políticas. Pero la discriminación generalizada sigue siendo una característica de las sociedades occidentales.
Las actitudes clasistas y racistas están profundamente atrincheradas en la psiquis caucásica.
Sin importar cuánto objeten los no blancos, los occidentales no se despojarán pronto de sus prejuicios.
La historia les da a las naciones periodos de preeminencia y de declinación. Estas fluctuasiones temporales de la suerte no deberían ser barreras permanents entre las personas. Como dice una canción popular japonesa, mientras usted está todavía llorando por una escena, la siguiente ha comenzado. El tiempo por prosigue su marcha
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Del libro "EL JAPÓN QUE PUEDE DECIR NO"
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