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martes, 15 de diciembre de 2020

Anécdotas (Reuben Fine)


   1976 2C0 15


ANÉCDOTAS DE REUBEN FINE



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Marlene Dietrich


           En 1945, se efectuó un torneo de Ajedrez en Hollywood, poco antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial. Muchas estrellas de cine asistieron al torneo...


Marlene Dietrich llego con su séquito y le preguntó a los ajedrecistas como es que podían jugar Ajedrez cuando muchos hombres estaban muriendo…


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Linda Darnell


    Linda Darnell, la mujer más hermosa que he visto, estuvo durante los dos últimos días del torneo y ayudó a Gregory Ratoff a entregar los premios. 


         Su esposo jugó contra mi algunas partidas, y tenía su propia versión de las reglas.


 Cuando yo lo vencí él se quejó:  “Si yo jugara a mi manera lo podría vencer”.


Las estrellas de cine eran tan famosas como inseguras.                                                  ——————————————————————

Keres ‘el inocente’


“Keres y yo -cuenta Reuben Fine- “Fuimos a un centro nocturno, pero él dijo que se tenía que ir porque al día siguiente iba a visitar el zoologico”.


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Chigorin


            En una ocasión, en 1904, Chigorin aceptó la invitación de ir a Cambridge Springs  sólo con la condición de que hubiera chicas en el pueblo...


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Frank Marshall


         Reuben Fine cuenta:  "Recuerdo de mis primeros días en el Club de Ajedrez de Marshall.

Frank Marshall con su corbata Windsor, siempre deseando analizar alguna posicion".


A la mayoria de los maestros de Ajedrez no les gusta jugar Ajedrez en sus tiempos libres, pero Frank era una excepción...


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Gruenfeld


Gruenfeld con su fantástico conocimiento de las aperturas, el debe haber conocido cada una de ellas de memoria… curiosas coincidencias...


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Raúl Capablanca


El gran maestro Reuben Fine cuenta en uno de sus libros que en una reunión de ex compañeros de la secundaria se encontró con uno de sus antiguos camarados, que ya era médico forense, por casulidad le había hecho la autopsia nada menos que al gran Capablanca. Su cerebro era más grande del promedio y tenía más circunvoluciones.


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Flohr


           Reuben Fine cuenta en el mismo libro que, en 1932,  el gran maestro Flohr le contó que el instituto de investigación del cerebro de Hamburgo le había ofrecido 300 marcos por el derecho de examinar su cerebro una vez que hubiera muerto....


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Juego absorvente


  En una ocasión el gran maestro Reuben Fine vió a otro maestro de Ajedrez estar tan absorto en su juego que no se dió cuenta cuando uno de los expectadores le hizo un hueco con un cigarrillo en su pantalón.


Pocos juegos absorben a la gente tan completamente como el Ajedrez; esa es la razón de su atractivo universal.


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Tomado de "Los Juegos de Ajedrez más grandes del mundo" de Reuben Fine.

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viernes, 4 de diciembre de 2020

Anécdotas (Porfirio Díaz)

  



1976 2C0 04

                      


Anécdotas de Porfirio Díaz


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El Sucesor


         Con el proceso de paz en marcha, Porfirio Díaz dio el siguiente paso para consolidar su poder personal.


      Fue respetuoso de las formas constitucionales y dejó la presidencia el primero de diciembre de 1880.


      Sin embargo, todo estaba arreglado.


      El sucesor era su compadre Manuel González, quien debía cuidarle la silla presidencial durante los cuatro años siguientes para luego devolvérsela.


      Elevó a Manuel González a la presidencia primero, pero después desconfió de él.


      En sus conversaciones privadas le desprestigiaba cuanto podía, y solía decir de él con gracejo aparentemente compasivo:


      "Lástima de mi compadre. Hubiera sido un buen gobernante a no ser por su invencible tendencia a la asimilación (esto es, al robo)”.


      En una ocasión Díaz visitó a González en Palacio Nacional, y luego de intercambiar algunas palabras sin importancia Porfirio le dijo:


      "Pues bien compadre, tengo que confesarle que no estoy interesado en regresar al poder en 1884”.


      Don Manuel lo miró fijamente, acto seguido abrió algunos cajones de su escritorio y comenzó a buscar algo.


      Extrañado, Porfirio le preguntó:


      "¿Y que está buscando, compadre?”.


      A lo que González respondió:


      "Al pendejo que se lo crea.”


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Corrupción

      Un individuo de modales exquisitos, perfumado y bien vestido, con traje negro y pañuelo de seda en el bolsillo del saco, me visitó en la pequeño viviendo en la que habitaba con mi familia por la zona de la Merced, para invitarme a trabajar en el gobierno, tal vez como maestro de dibujo.

      Tendría un ingreso fijo.


      Por supuesto que me negué: jamás trabajaría para una dictadura.


      El esbirro no se inmutó, por cual me envalentoné sin medir las consecuencias.


      El señor, que permanecía de pie a pesar de mis súplicas de que tomar asiente, me dijo con una sorpendente simpatía, absolutamente fuera de lugar en esas circunstancias:


      -Mire usted, don Porfirio Díaz siempre ha sostenido que con hueso en el hocico ni muerde ni ladra, y por lo mismo, a usted debe convenirle un cargo público bien remunerado a cambio de que se abstenga de seguir alterando la paz del gallinero… A un señor dibujante como usted le convendría salir de esta jaula y vivir en un lugar a la altura de su dignidad.


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El Cura de Tlalpan


         Carmelita, la joven esposa del jefe de Estado, había estado recibiendo repetidas quejas de un grupo de amigas, mochas como ella, en relación con los sermones domincales de un sacerdote rebelde que oficiaba en Tlalpan, en las afueras de la Ciudad de México.


      Harta ya, la primera dama llamó la atención de su marido sobre un asunto que bien podría complicarse en el corto plazo.


      Don Porfirio llamó a cuentas a Palacio Nacional al cura en cuestión, por lo visto, un liberal, para invitarlo a desistirse de sus discursos incendiarios.


      -No puedo disimular la simpatía que me produce su causa -le expresó el tirano al sacerdote, que no podia salir de su asombra por estar en la gran Sala de los Embajadores.


      -Gracias, señor presidente -dijo el cura sintiéndose muy halagado mientras el jefe de Estado lo acompañaba a la puerta y tomaba el picaporte de latón.


      -Pero dígame: ¿usted cree en las apariciones?


      -Por supuesto -respondió el presbítero, conmovido y deseoso de catequizar a Díaz: en ese caso, su ascenso en la carrera clerical sería vertiginoso.


      Pero cuando el presidente volvió a cuestionarlo, comprendió a la perfección el significado de la sutil advertencia:


      -¿Y también cree en las desapariciones, padre mío?


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El Yerno de Don Porfirio Días


El 17 de noviembre de 1901 en av. de la Paz # 4 se celebró un baile suntuoso y extraño.


En el interior, Ignacio de la Torre, yerno de Porfirio Díaz, maquillado y vestido de odalisca, se divertía con los invitados comiendo uvas de un racimo, y daba una en la boca a otro joven y mostraba coqueto, su vestido.

Jóvenes de frac, otros con atuendos de geishas, hadas, princesas... bailaban y se abrazan alegres. De repente, “una hada” entró gritando: "¡La policía! ¡La policía!".


Los agentes los arrestaron; empujones y jaloneos; Nacho logró esconderse en la biblioteca, pero lo encontraron.


Porfirio Díaz fué informado por Manuel Romero Rubio al que le ordenó tratar el asunto con discreción y evitar que la prensa se enterára.


Romero Rubio explicó que eran 42 detenidos, le extendió a Díaz la lista con los nombres, todos conocidos", incluyendo a Ignacio de la Torre.


El presidente Díaz leyó y tachó un renglón diciendo:


-Son 41,


-42, Señor.


-¡41 don Manuel!...


-Comprendo, 41.


-Evite el escándalo; y, déjelos salir discretamente.


En su despacho Díaz, exaltado y asqueado, reprendió a Ignacio por lo ocurrido:


-No lo entiendo. ¡Y no me expliques, esas porquerías jamás las podré entender!, ¡ni quiero!... ¿Amada lo sabe?, (era su hija y esposa de Ignacio),


-No. señor.


-¡Ni lo hagas! Mira Nacho, no me tomes por un imbécil, ¡punta de maricas! No te he salvado del escándalo ni de tus líos porque te considere un hombre digno, sino porque la familia del Presidente de la República, debe ser intachable, ¿Lo oyes?...


Todos querían saber quienes eran los arrestados, y ciertamente había una lista con sus nombres.

El problema era que muchos de esos nombres eran de políticos o empresarios importantes, y había que mantener la imagen ante todo. Así que se dio libertad a algunos, mientras que a otros fueron llevados a Lecumberri en la celda "J" (De ahí que, hasta nuestros tiempos, se le diga jotos a los homosexuales) para luego ser llevados a Yucatán para trabajos forzados…


De cualquier modo las fiestas continuaron, y los homosexuales siguieron festejando libramente su sexualidad, mientras no hubiera redadas.

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jueves, 3 de diciembre de 2020

Anécdota (José Luis Cuevas)

 




    0605 2C0 03


                    ANÉCDOTA DE JOSÉ LUIS CUEVAS



                                                Fedro Carlos Guillen


        Felipe, el de Mafalda, dijo alguna vez que el riesgo de traer las orejas puestas es que uno se expone a oír cosas que lo pueden pe-tri-fi-car.


       La verdad infinita de esta frase se convirtió en dogma de fe para un servidor hace unos días al sintonizar en el coche, 94 punto algo, y escuchar el controvertido programa. "Media hora en la vida de José Luis Cuevas".


       El formato de la serie es realmente muy simple; nuestro insigne y nacional pintor es entrevistado durante treinta minutos por una joven babeante e incondicional. Bien, en algún momento maeste Cuevas relató su primera -y muy interesante- experiencia sexual. Parece ser que una vieja verde le dijo cuando tenía muy corta edad: (mucha atención) "niño José Luis, ¿me dejas ver el caramelito que tienes en el pantalón?". En ese instante le di un tope al coche de enfrente por el sobresalto que me causó la declaración de marras. No pude más cuando la entrevistadora comentó: "José Luis, en estos días se cumplirá el (aquí entra un número) aniversario de tu primera relación sexual ¿cuáles son tus recuerdos?"


        Cambié de frecuencia.


        El riesgo de traer las orejas puestas se volvió a manifestar poco tiempo después cuando prendí la televisión y sintonicé (sé que si hay un Dios en el cielo, me perdonará) "Super vacaciones", allí encontré a un payaso llamado "Lagrimita" que habla como estúpido y que incita a los niños a que se den de almohadazos.


       Su compañero era un panzón acromegálico con voz de matraca que dijo (mucha atención) "los dinosaurios, esos temibles animales PREHISPANICOS".


        Oh depresión.


        Esta historia de frases y orejas se inicia muy temprano en la vida cuando nuestro maestro de Geografía, el malogrado "Tlaloc" (por su enorme parecido con el dios de la lluvia) nos platicó durante una de sus clases que el maíz no era originario de Mesoamérica, como ordinariamente se pensaba, sino (mucha atención) extraterrestre y que había sido depositado en nuestro planeta por seres superinteligentes que, de esta manera, ayudarían a la raza humana. El azoro que nos causó tal declaración bastó para ponerle una paloma de cinco pesos en el excusado que llenó a todos; a él de orines y a nosotros de rayos ultravioleta, ya que nos castigaron dejándonos un día entero al rayo del sol en el patio escolar.


        Luego vino el "Tontín" otro docente de ejemplar estupidez que un día, durante una inolvidable clase de anatomía, propuso la teoría del "muchacho bueno" al decirnos que en las películas de vaqueros, el muchacho bueno invariablemente le atinaba en la cabeza a la amenazadora serpiente de cascabel, no porque fuera muy buen tirador sino (mucha atención) debido a que la serpiente detectaba el calor de la bala que venía hacia ella y con la rapidez de Flash (así dijo) la atacaba.


        Pobre hombre.


        En realidad el mundo está lleno de ideas inquietantes. La Secretaria del SNTE declara que: "volarán como águilas, porque a las moscas las vuelan los sombrerazos", algún idiota del que afortunadamente he olvidado el nombre dice: "el polo no es un deporte elitista"; todos sabemos quién argumenta que el sistema "se cayó". En fin, para qué seguir...


        Debemos urgir a los especialistas en diseño ortopédico para que trabajen intensamente en la creación de un filtro auditivo que nos permita diferenciar lo sublime de lo ridículo. De otra manera, los caramelitos y los extraterrestres se apoderarán del planeta de una vez y para siempre.

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domingo, 29 de noviembre de 2020

Anécdotas (Jorge Ibargüengotia)

 

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ANÉCDOTAS DE JORGE IBARGÜENGOITIA



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En el Consulado Español


        Un amigo mío, que no es hispanófilo, cuenta, que una vez, en España, durante un viaje en tren, se quedó solo con otro señor en el compartimiento.


       Empezaron a platicar. Después de un preámbulo, el señor le preguntó a mi amigo:


        -¿Usted de dónde es?

 

       -De México.

       

       -¿Cuándo nos devuelven el dinero del "Vita"?

        

       Al oir esta anécdota, me pareció divertida, pero imaginaria.

  Desde que estuve en Milán, sospecho que es real.

       

       En Milán fuí al Consulado Español, que está junto a la casa de Verdi.


       Es un edificio moderno con muchas puertas que se abren para dejar el paso a hombres jóvenes con cejas que parecen postizas, que se dicen unos a otros:


        -Esto me huele a golpe de Estado.


        Yo necesitaba visa para entrar en España.


       Me mandaron a una ventanilla donde había una empleada relativamente joven, que estuvo hojeando mi pasaporte mientras duró el siguiente diálogo:


        -¿Cuándo quiere entrar en España?


        -Pasado mañana.


        -No se va a poder.


        -¿Por qué no?


        -Porque hay que escribir a nuestro representante en México quien tiene que decidir si es necesario o no un fiador; en caso de serlo, usted tendrá que nombrarlo y nuestro representante contestará si le parece aceptable. Si usted paga los cables, es cosa de quince días.


        Cuando ella acabó de hablar yo estaba furioso.


        -Bueno, pues me parece ridículo -le dije. Ella me contestó:


        -Pues sepa usted que estos requisitos son poca cosa comparados con lo que les exigen a los españoles que van a México: dos mil dólares de fianza y tienen que esperar meses, además de someterse a toda clase de humillaciones.


        -Bueno, señorita, pero yo no tengo la culpa. Yo no hice la ley.


        -Pues se tiene que sujetar a lo que dispone la ley española.


        -¿Que me tengo que sujetar a qué? Si ni ganas tengo de entrar en España.


        Si la ventanilla no hubiera tenido barrotes, nos damos de bofetadas. Ella me aventó el pasaporte y yo salí de allí muy colorado.


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        Pero yo sí quería entrar en España.


       Un país desértico y barato -en Italia los dólares se van como agua-.


       Además, mi mujer y yo habíamos decidido seguir los pasos de Jack Nicholson en El Pasajero -recorrer España y llegar a Almería-, sin llegar al final de la película -morir confundidos por otros-.


        En los días que siguieron recorrí varias veces mentalmente el diálogo que había tenido con la señorita de la ventanilla.


       Comprendí que había metido la pata al contestarle que yo no había hecho la ley, debí haberle explicado que era muy distinto mi caso -el de un señor que va a España a no hacer nada- al de los baturros que van a México a encargarse de panaderías -y a quitarles el pan de la boca a los mexicanos-. Este argumento hubiera sido igual de ineficaz, pero hubiera tenido la ventaja de reventarle el hígado a la señorita de la ventanilla.


        Decidí probar suerte en otro consulado.  


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        Hice bien, lo que salva a todas las naciones es que no todos sus individuos son iguales.


       En el consulado de Hendaya me atendió un viejo muy simpático que al ver mi pasaporte me dijo:


        -No se preocupe. El único problema que hay es la diferencia de horarios. Hay que hablar por teléfono a México, pero esta tarde tendrá su visa, a menos que sea aniversario de la independencia de México o algo y estén cerradas las oficinas.


        Y en efecto, con un telefonazo que hizo arregló mi problema. Después me dijo que los mexicanos célebres que hemos sacado visa española en Hendaya somos una Miss México y yo.


        Luego pronosticó que mi familia venía de Vizcaya, cosa que ya me habían dicho otros. Arrimó el directorio telefónico de Bilbao y lo abrió en la "I". Contamos siete Ibargüengoitias en la lista. No tantos como en la ciudad de México, pero más que en Guanajuato y en Zacatecas, lugares en donde en una época proliferaron.


        Uno de los Ibargüengoitias bilbaínos, el más interesante a primera vista, es dueño de un bar que está en la calle de Somera número 12. En mi próximo viaje a España iré a visitarlo.


       No sé si me atreveré a decirle que somos tocayos.

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La carrera de los borrachos


Cuando yo era niño, un borracho era un señor dormido en la banqueta.


Si estorbaba el paso, nuestras madres aconsejaban cruzar la calle y seguir por la otra acera.


Si el borracho estaba exactamente en la puerta de la casa: pasar sobre él con mucho cuidado, procurando no despertarlo.


Borracho también era el de la lotería: desfajado, pendenciero, levantando el puño con un cuchillo en la mano, y... pobre.


Esta era característica general de los borrachos: eran "gente humilde”, hombres, también.


Las borrachas eran desconocidas. En realidad la mujer entraba en la vida del borracho sólo para esperarlo en la puerta de la cantina y ser golpeada.


El siguiente paso en el conocimiento de los borrachos consistió en descubrir -con cierta trepidación- que los borrachos podían ser gente decente, hasta miembros de la familia.


El señor que apestaba, que tenía las manos temblorosas, que me explicó un día tres veces cómo se jugaba el mismo juego, fue explicado por mi madre: "es que es muy borracho”.


Era un caso muy triste: siempre estaba en un rincón tronándose las coyunturas.


Había otro borracho que estaba regenerándose.


Ese llegaba a la casa con un traje negro brilloso y una maleta,

que vendía jamocillos.


El otro borracho decente de aquella época, lo vi en una excursión a La Venta.


Se fue de bruces junto a mí, y ya no se levantó.


Se quedó dormido un rato.


Fue el mismo día en que detuvieron cerca de nosotros unos camiones de redilas, y los que venían arriba, con carteles, gritaron:


-¡Viva el general Cárdenas!


Una tía contestó, con mucha presencia de ánimo:


-Viva quien sea, pero váyanse.


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Pero los borrachos seguían siendo gente aparte, que se caía al piso, que vendía jamoncillos, que era infeliz.


No había relación alguna entre ellos y los cócteles que hacían en mi casa con granadina, jugo de limón, ginebra y hielo. Mis mayores se los tomaban y nunca se caían al piso.


Un día, el médico le recetó a mi abuelo que tomara cerveza con la comida todos los días, porque estaba perdiendo peso en forma alarmante.


Llevaron un cartón a la casa, él destapó una botella, sirvió en un vasito y me dio a probar.


Me supo amarguísima, pero me sentí tan honrado de que me dieran una bebida de gente grande, que dije que me parecía muy sabrosa.


Quedé "enganchado".


Ahora comprendo que fue uno de los momentos culminantes de la vida.


Mi abuelo, que tenía setenta años y yo, que tenía siete, éramos los únicos que bebíamos cerveza en la casa.


Las mujeres, mi abuela, mi madre y mis tías, no podían ni probarla.


Tenían traumas, cuando eran chicas, acostumbraban darles cerveza con aceite de ricino.


Por consiguiente, beber cerveza, aunque amarga, era para mí doblemente apetecible: era bebida de hombres, y de gente grande.


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El siguiente paso en mi carrera de bebedor lo di en el "Seps" de Tamaulipas.


Iba allí con mis compañeros scouts, cosa, escandalosa para nuestro jefe de grupo, el profesor Nicodemus.


Los tarros de negra costaban setenta centavos y de ribete le daban a uno un platito con cebollas en vinagre.


En esa época, la cerveza ya no era un símbolo, sino un gusto.


Mejor dicho, varios gustos: bebíamos dos tarros, platicábamos dos horas, y salíamos al atardecer, muertos de hambre, a comer hamburguesas de Biarritz.


Hasta este punto en mi vida no había ninguna conexión entre yo y un borracho. La cosa cambió la tarde que el scout Siete Leguas nos invitó a una fiesta en casa de unos parientes suyos.


Llegamos a la fiesta y, como de costumbre, nos quedamos en un rincón platicando, porque nos hallábamos muy mal y no nos atrevíamos a sacar a las muchachas, que estaban en otro rincón, platicando también.


No recuerdo qué bebí, pero me he de haber estado tambalendo, porque el scout Siete Leguas se acercó a mi y me dijo con un rictus:


-Nos estás poniendo en evidencia.


Una niña chiquita estaba parada frente a mí, mirándome asombrada.


Al verla allí, como recordatorio de mi inocencia perdida, comprendí lo que me pasaba, y dije para mis adentros:


-¡Estoy borracho!


Creo que nunca he estado tan escandalizado.

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1928 - 1983)