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EL MISMO PRI DE SIEMPRE
Pedro Salmerón Sanginés
En agosto de 2012, cuando empezaba a agarrar vuelo el nuevo PRI, publiqué en diversos blogs un texto titulado De la sangre derramada por el PRI, en el que recordaba la mentira de la paz y la estabilidad priístas, pues dicha paz sólo existía para los poderosos y en los medios de comunicación férreamente controlados por el Estado. Una paz sustentada en la represión permanente. El objeto de ese texto era hacer memoria: que no se nos olvidara esa característica central, esencial, del modelo priísta de gobierno. Como mero ejercicio, mostré que cada año, de 1947 a 2000, hubo un acto de violencia del PRI-gobierno o de sus sicarios, pistoleros y agentes, contra el pueblo organizado. Todos los años.
Así, entre muchos otros acontecimientos, recordamos cómo, de 1947 a 1952, a base de golpes militares y policiacos, se destruyó la democracia sindical para instaurar el charrismo (el modelo sindical priísta es obra de Miguel Alemán). La represión violenta de la campaña presidencial de Miguel Henríquez en 1952 (siete muertos en un solo acto en la capital). El uso de la policía y el Ejército contra los movimientos de maestros, ferrocarrileros y otros gremios en 1958-1959 (que culmina con la prisión, por 11 años, de Demetrio Vallejo y Valentín Campa). El asesinato sistemático de dirigentes campesinos durante el gobierno de Raúl Caballero Aburto en Guerrero (1957-1961). El asesinato a mansalva del ex coronel zapatista y dirigente campesino Rubén Jaramillo, junto con su esposa encinta y sus hijos, en 1962. La represión del movimiento democratizador potosino y la tortura del doctor Nava (1963); la violencia contra los médicos (1964), la violencia contra los campesinos de Chihuahua que provocó la insurgencia guerrillera (1965), la violencia contra los estudiantes michoacanos (1966), la violencia asesina contra los campesinos copreros de Acapulco (1967), la violencia inaudita contra los estudiantes (1968)…
Y añadamos la guerra sucia y sus 557 desaparecidos (documentados por el Comité Eureka), el halconazo de 1971, los asesinatos de tantos y tantos dirigentes sociales (simplemente en el sexenio de Salinas de Gortari, 500 cuadros medios perredistas), tantos nombres: Francisco Luján Adame, Avelina Gallegos, Dení Prieto, Joel Arriaga, Enrique Cabrera, Efraín Calderón Lara, Misael Núñez Acosta, Francisco Javier Ovando, Román Gil…
Y en su penúltimo sexenio, el horror por doquier: cerco y guerra sucia permanentes contra el Ejército Zapatista de Liberación Nacional; matanza de campesinos en Aguas Blancas; matanza de campesinos en El Charco; matanza de 16 niñas, niños y adolescentes, 20 mujeres, algunas embarazadas, y nueve varones adultos en Acteal, a lo que siguió y aún sigue el silencio oficial y la impunidad de los asesinos.
Formalmente fuera del poder a escala federal, el priísmo continuó con los mismos métodos: en 2001 fue asesinada Digna Ochoa y Plácido, quien había sido amenazada de muerte y secuestrada durante el sexenio de Ernesto Zedillo, por defender a los zapatistas presos en diversas cárceles de Chiapas y Veracruz. En 2006 el gobernador priísta de Oaxaca desató una feroz represión que causó la muerte de más de 20 militantes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca. El mismo año, el inolvidable góber precioso secuestró a Lydia Cacho para mantener en la impunidad a quienes esclavizan sexualmente a niñas y niños.
Además, el gobernador priísta del estado de México, el inefable licenciado Enrique Peña Nieto, envió a la policía a reprimir violentamente a los campesinos de San Salvador Atenco y los militantes de la otra campaña del EZLN, dejando dos muertos, 207 golpeados, 146 detenciones arbitrarias y la vejación y abuso sexual de 26 mujeres. Durante su campaña presidencial en 2012, Peña Nieto manifestó que esa acción había sido correcta. Los violadores siguen impunes. En 2010 paramilitares priístas asesinaron a la dirigente comunitaria Alberta Cariño y al activista finlandés Jyrii Jaakkola en San Juan Copala. Seguía siendo gobernador el priísta Ulises Ruiz. Y esos son sólo los casos que recibieron mayor atención mediática.
El PRI se estrenó de regreso al poder gaseando a sus opositores –por interpósito partido pero la misma policía, igual impunidad–, asesinando a Juan Francisco Kuy Kendall y continuando la política criminal de Felipe Calderón. ¿Qué nos extraña entonces Tlatlaya, qué nos extraña Iguala? Es el PRI de siempre, al servicio, como siempre, de minorías de privilegiados (de diversos modos y con distintos lenguajes, que cambiaban al ritmo de la economía capitalista: si en las metrópolis imperaba el estado social, acá se instauraba un remedo; si imperaba el liberalismo salvaje, acá se implantaba a rajatabla). Es #elmismoPRIdesiempre. De nuestra cuenta corre que esta vez sólo dure seis años.
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